22 sept 2012

Bienaventurados sean los primeros: Doping y drogas.




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Apurados.

Quien recurre al doping es porque quiere “acortar camino” obteniendo de forma artificial un “plus” con el cual alcanzar la meta antes que los demás. Creo que no tendríamos demasiados problemas para coincidir  que el hacer esto es algo, por lo menos, desleal y que merece ser sancionado.

Lo que parece ser tan fácil de consensuar en el deporte, parece no serlo tanto en el resto de los ámbitos sociales en los que nos desempeñamos.

Vivimos en una sociedad en la que “el tiempo es oro”, donde se promueve el exitismo y como la consigna es “vencer o morir” muchas veces se le da un guiño cómplice a formas no tan “santas” de obtener algún fin.

En ocasiones, para llegar sea como sea… se recurre a sustancias que, en apariencia, otorgan ese “empujoncito” que faltaba para alcanzar lo deseado y sin que te demores  te impulsan a toda prisa porque “no hay tiempo que perder”.

En un contexto socio-cultural en el cual el culto a la máxima velocidad es la regla, donde “el segundo es el primero de los perdedores”, en la que si “dormiste perdiste”, donde hay publicidades en la que el alcohol tiene el sabor del encuentro, que si tuviste un día terrible te venden que te tomes tal aspirina para seguir arremetiendo… o que si a los 30 años no lograste posicionarte profesionalmente ya estas viejo y casi afuera del mercado laboral. Si es tal el apuro por llegar que hasta cuando alguien inicia sus estudios… a ese estudio muy naturalmente lo llamamos: ¡carrera! ¿Por qué creemos que un deportista tiene que ser la excepción a esta regla?



Llegar sin aprender.

En muchas culturas antiguas siempre existieron drogas para lograr de alguna forma “sobre natural” algo que sino se creía imposible de alcanzar. La diferencia entre aquellas culturas y la nuestra es que en aquellos casos cuando se recurría a alguna droga se lo hacía en ocasiones extraordinarias, como parte de un ritual reglado por la comunidad, no como ahora que es cosa de todos los días y sin más reglas que las dictadas por el impulso del momento y del querer todo ya!
Fue quedando atrás, demasiado, aquello de la perseverancia y del trabajo honesto del cual se enorgullecían nuestros abuelos.

Sea o no deportista, cuando alguien utiliza cualquier tipo de drogas lo hace porque quiere obtener con ello un resultado y suele tratarse de un resultado valorado personal y socialmente.  El problema radica en que lo que consume no lo capacita para lograrlo por si mismo, sino que pasa a depender de esa sustancia cada vez que quiera repetir el mismo resultado. Por ejemplo, si quiero correr más rápido y si sólo lo consigo tomando tal sustancia… siempre dependeré de dicha sustancia cada vez que quiero correr a esa velocidad. En tal caso no hubo aprendizaje, el cuerpo no está más entrenado. Vale lo mismo para el consumo de cualquier otra droga “social” que es utilizada por ejemplo para desinhibirse; lo que se quiere lograr suele ser legitimo (desinhibición, espontaneidad, frescura) el problema radica en que por no saber y no poder conseguirlo de manera saludable, se lo obtiene a través de formas que por una parte son insalubres pero que a demás no posibilitan el aprendizaje a través de la observación y resolución de las inhibiciones.
Se puede ganar “acortando camino”, pero se pierde la enseñaza que para cada uno guardaba el recorrido.

En la medida que “llegar” deje de ser lo único importante, será más fácil tomarse el tiempo necesario para transitar cada ruta.

Si por ejemplo en una maratón no me enfoco en cada metro, si no sé disfrutar inclusive de la fatiga de cada paso, si me atormento con la llegada y en que posición concluiré… habré desperdiciado 42 kilómetros de vida.

¿Es gratificante llegar? ¡Si! ¿Es emocionante cruzar la línea de la meta? ¡Por supuesto que lo es! Pero cuando sólo disfrutamos cruzar la línea de llegada y no también del recorrido, cuando desesperamos en la espera porque queremos que todo sea  “ya”, o si nos sentimos fracasados y desechados porque es inalcanzable “la medalla”… entonces resulta seductora la “magia” que prometen algunas sustancias para darnos en bandeja el premio anhelado.

Que un deportista recurra al doping es tan nocivo y contraproducente como lo es el querer llegar a la meta, sea como sea, en cualquier otro ámbito de la vida.


Vivir el Juego.

Cuando un atleta utiliza alguna sustancia no autorizada para obtener una mejor performance: merece ser sancionado. Pero el problema no queda resuelto con la sola sanción individual, ni con rasgarse las vestiduras, tampoco con un señalamiento marginalizador.  La sanción debe ser sólo un eslabón más, no el último; debe operar como un límite que ayude al ser humano atleta para que revise su vida, las circunstancias y las decisiones que lo hicieron estar donde está hoy.

Pero el deportista sancionado no es el único que puede aprender de esta experiencia. Todos, en tanto sociedad, podemos aprovechar esta oportunidad para preguntarnos respecto de nuestra manera de valorarnos y valorar… sobre nuestras formas de premiarnos y premiar… para ser más consciente de las consecuencias de creer erróneamente que la vida toda es una lucha y diseminar la competencia en cada área de nuestra cotidianeidad.
El aplaudir y condecorar únicamente a los primeros por ganar e a todos los demás… tiene por consecuencia que muchos quieran hacer “podio” sea como sea.
Para obtener resultados distintos, tendremos que actuar distinto.

Si viviéramos de manera tal que hiciésemos carne aquella frase de Hunter Boyd  “El último en llegar es simplemente el ganador más lento”, entonces se disfrutaría muchos más del trayecto y dejaría de ser desesperante el no llegar primero. Habría menos probabilidades de que un deportista quiera “acortar camino” en los Juegos Olímpicos o en cualquier otro evento deportivo, porque como muchos atletas dicen: ¡Estar allí ya es una fiesta!
Esto también puede ser válido para el Juego de La Vida. Porque el estar vivos también es una fiesta y más allá de hasta donde cada uno llegue… todos podríamos ser y sentirnos ganadores.


Juan Antonio Currado

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